Ciencia y medicina están de acuerdo: existe una pequeña parcela de nuestro cerebro en la que las neuronas se regeneran. Simplificándolo mucho, podemos decir que en ocasiones necesitamos borrar antiguos recuerdos para dejar espacio a los nuevos. Es decir, el saber sí ocupa lugar.
Alimentar bien nuestro cerebro de conocimientos, que nos pueden ayudar a entender mejor el mundo, se desprende de un modo muy gráfico con la frase de Santiago Ramón y Cajal:
“El cerebro humano es como una máquina de acuñar monedas. Si echas en ella metal impuro, obtendrás escoria; si echas oro, obtendrás moneda de ley”.
En la era de la información digital resulta prácticamente imposible bloquear la divulgación de paquetes informativos sobre temas que históricamente se mantuvieron al margen del conocimiento popular. Y ante la imposibilidad de seguir conteniendo estos cauces de información, la tradicional élite de poder, utiliza una técnica alternativa: la desinformación. De este modo se produce una modificación, respecto de la antigua ignorancia a la que se encontraba sometida gran parte de la sociedad, por un nuevo, y tal vez aún más efectivo enemigo, la confusión.
“La tecnología es muy divertida, pero también podemos ahogarnos en ella. La neblina de la información puede debilitar el conocimiento”, afirmó acertadamente en alguna ocasión el historiador estadounidense D.J. Boorstin.
Si analizamos objetivamente éste fenómeno, en verdad resulta esta segunda táctica la empleada para proteger a las élites de poder y los intereses a la sombra, una herramienta de gran valor. Una sociedad que cree saber (pero en realidad no sabe nada) o incluso sabe demasiado, teniendo a su alcance mucha más información de la que es capaz de procesar lúcidamente.
Parece que estamos frente a un monumental reto generacional, el cual está íntimamente asociado a tres protagónicas tareas: la reflexión, la interpretación y el discernimiento.
El desprestigio de las ramas relacionadas con las Humanidades, la falta de lectura y la escasa sed de conocimiento han derivado en que gran parte de la sociedad sea más vulnerable al influjo de las fake news que inundan, principalmente, las redes sociales.
¿Cómo educar la capacidad crítica de los menores?, es necesario educarles en el espíritu crítico, para que no tomen toda la información de Internet como cierta, ofreciéndoles herramientas y recursos para que detecten, por si mismos, posibles contenidos de poca calidad. Tienen que conocer cómo se financia Internet, por qué se crea este tipo de información falsa, cuál es el objetivo y los riesgos de que estas noticias lleguen a miles de personas.
Como adultos tenemos que tomar medidas, fomentando las actitudes y opiniones fundamentadas dentro de nuestra familia, y por extensión en sociedad.
Distinguir una noticia verdadera de otra que no lo es, precisa de sentido común y sentido crítico. Animar a los jóvenes a preguntarse si dicha información es coherente, y ante una noticia falsa, enseñarles que lo correcto es no compartirla, y evitar que se siga difundiendo.
George Carlin ha escrito: “No solo enseñes a tus hijos a leer, enséñales a cuestionar lo que leen, enséñales a cuestionarlo todo”. Dudar de todo, ser escéptico, es una de las bases fundamentales de la inteligencia.
A modo de reflexión final, la información es poder.
Lucía Morán Aguirrezabala
Abogada – Mediadora. Bonn