La temática que se abordó en las Jornadas de Formación llevaba por título, «Comunidad y misión: sinodalidad de la Iglesia».
En esta ocasión, motivó la reflexión de las mismas el profesor de eclesiología Daniel Palau, sacerdote diocesano de Sant Feliu de Llobregat y profesor en la Facultad de Teología de Cataluña.
A continuación el padre Daniel nos comparte un breve resumen del contenido de las Jornadas:
“Las jornadas empezaron presentando la figura del papa Francisco, que es quién ha invitado a la Iglesia a progresar en la dimensión sinodal, procurando contextualizar tal propuesta en el marco histórico actual, lleno de retos, oportunidades y complejidades.
La trayectoria biográfica del mismo J. M. Bergoglio, desde su etapa formativa en Argentina, con referentes teológicos y históricos muy precisos (Miguel Ángel Fiorito, Lucio Gera, Rafael Tello, Juan Carlos Scannone), nos permite situar algunas inquietudes “bergoglianas” como prioritarias para la espiritualidad y la actividad pastoral de nuestro presente. Esta manera de entender el itinerario de Bergoglio no descuida, de ninguna manera, la importancia de la teología. Entre estas cuestiones figuran, a saber, un claro deseo de ser pueblo, vivir y descubrir la fe a través de la sabiduría popular, especialmente con los más pobres, los más periféricos; un no desunir nunca la reflexión teológica de la actividad pastoral, esto es, no separar la vida de la fe, y así no caer en la tentación de plasmar en la propia historia aquellas fugas espiritualistas, que se refieren a una fe sin conexión con el evangelio; y un vivir plenamente la convicción a favor de la práctica del discernimiento personal y eclesial, como medida sincera y honesta de una vida entendida como respuesta a Dios.
Todo este legado biográfico aterriza en Roma y de ahí llega a nuestro momento presente, dando vida a unas aportaciones específicas para la vida de la Iglesia, la más repetida es la necesidad de un cristianismo «en salida», comprometido con los hombres y mujeres de las periferias, la más sugerente es la apreciación de un cristianismo que escucha para tener cuidado de la casa común, de la humanidad herida y, de tantos y tantos cristianos que viven la fe con profundidad, santamente, en «la puerta de al lado»; la más eclesiológica es la invitación a la sinodalidad, esto es, a descubrir que nuestra pertenencia eclesial debe ser una presencia que incremente el deseo por la misión, la participación y la comunión.
La sinodalidad, afirma el papa Francisco, es lo que espera Dios de la Iglesia para el tercer milenio. Este ejercicio de ponerse en camino afecta a todos los cristianos y no se plantea como algo pasajero o puntual en la vida de la Iglesia, sino que se trata de algo esencial, constituyente. Somos sinodales, y debemos serlo, obviamente. La Iglesia desea fortalecer la comunión entre todos los fieles, entre todas las iglesias locales y entre todos los obispos, que por su ordenación reciben la misión de guiar al pueblo santo de Dios por caminos de esperanza y unidad, sin reducir el pueblo al uniformismo. Hablamos de una sinodalidad interna y también externa. Interna, porque este ejercicio de conversión, «¿Señor que nos pides en este momento de la historia?», afecta a todas nuestra parroquias, comunidades, grupos y realidades eclesiales, para escucharnos con atención, y huir, cuanto antes, de nuestros prejuicios. La sinodalidad a nivel interno debe llegar a una práctica del discernimiento habitual, frecuente, cotidiano. Nadie debe quedar excluido. Todas nuestras realidades están llamadas a una profunda conversión. Hablamos también de una sinodalidad externa, haciendo mención a esa comprensión de acercarnos a los más alejados, a los más heridos, a los que viven lejos de la fe y del evangelio, para escucharles, para integrarlos, para entender que Dios quiere que toda la humanidad conozca y ame a Jesucristo, «este es mi Hijo, escuchadlo».
El ejercicio de la sinodalidad no debe reducirse a un ejercicio de argumentaciones acomodadas a los intereses propios, o de un grupo determinado. Percibimos que el ejercicio del discernimiento es urgente y necesario para no reducir la Iglesia, ni nuestras expresiones eclesiales, a un tipo de democracia mal entendida y mal planteada. Desde otra perspectiva, acorde con este peligro de reducción del misterio eclesial, la sinodalidad debe a su vez, no caer en la autocracia, ya que la conversión forma parte siempre de la propuesta que nace del evangelio. Y finalmente, la sinodalidad no es algo pasajero, fruto de una moda, como si se tratara de algo accidental u ocasional, al contrario, el ejercicio de diálogo, de escucha, de confrontación nos debe acercar más, y mejor, a la percepción de la complementariedad entre los fieles, esto es, entre los laicos y los sacerdotes, entre los sacerdotes y los obispos, y entre los obispos respecto al obispo de Roma.
Es aquí donde observamos la importancia de alcanzar un verdadero consenso. En este objetivo puede verse no sólo la dificultad de la sinodalidad, sino también el reto, y la oportunidad de ser, aún más, la Iglesia que Dios quiere que seamos. Es oportuno distinguir entre el proceso que nos conduce a la decisión, y la toma de decisión, propiamente dicha. Según el papa Francisco, la sinodalidad no debe ser vivida con prisas, sino valorando positivamente cada pequeño paso, y observando la importancia del proceso, este es más importante que el resultado final. Esta concepción procesual de nuestra vida eclesial nos sitúa claramente ante la importancia de ser una Iglesia influida por el Espíritu Santo, sin descuidar nunca que es el Espíritu el verdadero protagonista de nuestro presente.”Daniel Palau Valero
Sacerdote, párroco y doctor licenciado en historia del arte, teología y filosofía. Director de cátedra de teología pastoral y profesor de eclesiología y ecumenismo.
Sacerdote diocesano de sant Feliu de Llobregat
BIOGRAFÍA:
Daniel Palau Valero, sacerdote del obispado de Sant Feliu de Llobregat, nacido en Barcelona (1972). Licenciado en historia del arte por la Universidad de Barcelona (1995), en teología por la Facultad de Teología de Cataluña (2006) y en filosofía por la Universidad Ramon Llull (2006). Finalizó su doctorado en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (2013), con un estudio sobre la sacramentalidad de la Iglesia durante el Concilio Vaticano II. En la actualidad es director de la cátedra de teología pastoral «arquebisbe Josep Pont i Gol» (FTC-AUSP) y consejero del CPL (2020). Profesor de eclesiología y ecumenismo, y rector de las parroquias de Santa María y San Antonio Abad de Corbera de Llobregat.