Conferencia en la XXV Asamblea Nacional de las Misiones-Comunidades Católicas de Lengua Española en Alemania
La enseñanza de la Iglesia sobre las cuestiones sociales ofrece claves que nos permiten descubrir cuál es nuestro papel en la sociedad como cristianos.
Vivimos una nueva coyuntura sociocultural y eclesial, que precisa de una conversión personal, eclesial y social, y un discernimiento en clave sinodal desde la escucha y el diálogo. Para ello, la Iglesia está llamada a salir a las periferias, caminando junto a las personas que viven situaciones de vulnerabilidad y exclusión, y junto a quienes más necesitan el anuncio de la Buena Noticia de Jesucristo, que da sentido y esperanza. También requiere salir hacia la sociedad para entrar en diálogo con el mundo. Para estas tareas contamos con el aporte de la Doctrina Social de la Iglesia (D.S.I.).
La D.S.I. brota de la experiencia del encuentro entre el Evangelio y la realidad social de cada momento histórico. Nos ofrece un conocimiento, que trata de interpretar las realidades de la sociedad a la luz del Evangelio, para orientar nuestra conducta y acciones en este campo. No es una ideología, sino una enseñanza. En la D.S.I., podemos encontrar “los principios de reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción como base para promover un humanismo integral y solidario” (Compendio de la D.S.I., 7).
La D.S.I. se ha ido forjando progresivamente con las diversas aportaciones de los papas sobre cuestiones sociales, desde Leon XIII, con la primera encíclica de carácter social, la Rerum Novarum, de 1891, hasta la actualidad con el papa Francisco.
Las claves de la D.S.I. son: Ver, con mirada atenta y escucha de los signos de los tiempos (Concilio Vaticano II), esos acontecimientos a través de los que Dios se manifiesta. Juzgar, hacer una reflexión sobre lo que vemos, iluminada por el evangelio y el Magisterio de la Iglesia. Y Actuar, para transformar la realidad. Todo este proceso requiere de nosotros implicación, asumiendo un compromiso.
Inculturar la D.S.I. en las realidades complejas y cambiantes en las que nos encontramos hoy en día, pide de todos nosotros apertura y escucha para reconocer las nuevas y grandes pobrezas. La hoja de ruta samaritana comienza siempre por VER la realidad de quien está tirado en la cuneta del camino, tomar conciencia de lo que sucede y dejarnos interpelar por la persona que sufre. Para poder transformar la realidad, hemos de conocerla, reconocerla, y dejarnos afectar por ella.
La realidad es que vivimos en un mundo herido, con crisis sucesivas y acumuladas en numerosos ámbitos, que han acelerado e intensificado procesos sociales que ya existían, como la desigualdad y la exclusión, creando una enorme incertidumbre. El problema del empleo, el acceso a la vivienda, los conflictos armados, la inflación, el problema energético, la inestabilidad y fragilidad política, la crisis migratoria a la que no se ofrece respuestas, etc. Y detrás de estos problemas, tenemos un modelo de sociedad caracterizado por el descuido y la desvinculación.
Ante esta compleja realidad, desde la D.S.I. nos preguntamos cuál debe ser la respuesta cristiana. La encontramos en la encíclica del papa Francisco Fratelli Tutti “Seamos parte activa en la rehabilitación y auxilio de las sociedades heridas” (FT, 77). Podemos ser parte activa, inspirados y motivados por los grandes principios que nos ofrece la D.S.I., reconociendo la dignidad de toda persona y trabajando por sus derechos, comprometiéndonos con el bien común, el cuidado de la casa común, promoviendo la cultura del cuidado y procurando el desarrollo integral de las personas.
La dignidad tiene que ver con quienes somos en esencia. Es la expresión de la esencia del ser humano, somos esencialmente dignos debido a nuestra naturaleza humana. Para el cristiano, la dignidad es también la marca indeleble de lo divino en nosotros, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Desde una clave humana, los derechos humanos se arraigan en la dignidad. Sin embargo, para un cristiano, esa marca tiene una fundamentación que va más allá, porque la dignidad procede del principio de filiación divina: somos hijos de Dios.
Uno de los problemas actuales donde la dignidad de la persona es agraviada y se vulneran sus derechos fundamentales es la trata de personas, que es también un delito y un gran negocio ilegal. Consiste en la captación de personas en países de origen, utilizando diferentes métodos, y su traslado al país de destino, con el fin de someterlas a explotación. Diversas son las formas de explotación, las más frecuentes son la sexual y laboral, pero también para la mendicidad, comisión de delitos, matrimonios forzados, extracción de órganos.
Las causas de la trata son diversas, tanto en países de origen como de destino. Es un problema instalado en nuestras ciudades, que es importante visibilizar, para poderlo combatir, y conocer sus causas para poder realizar un eficaz trabajo preventivo. Como cristianos, estamos llamados a defender la dignidad de toda persona, promover su desarrollo integral, e implicarnos para que los derechos humanos estén garantizados.
Mª Francisca Sánchez Vara
Subcomisión Episcopal para las Migraciones y Movilidad Humana
Conferencia Episcopal Española