Cuando en el 2008 fui destinado a una parroquia de Tegucigalpa, después de haber pasado los últimos 12 años de mi vida trabajando pastoralmente en la región indígena de La Moskitia (Diócesis de Trujillo-Honduras), escribí un breve artículo de despedida, titulado: “Lejos del Mar”. Permitidme compartiros un fragmento: “¿Cómo será vivir lejos del mar? Después de doce años viendo a diario el mar Caribe de La Moskitia, viene a mi esta pregunta. […] ¿Cómo será vivir en otro mar? El mar es todo aquello que nos rodea. Vivimos rodeados de ‘un mar de cosas’. Cambiar de destino para un misionero significa aprender a vivir en ‘otro mar’, de otro tamaño, de otro sabor, de otro color, de otra textura, con otros vientos. Esto nos es fácil, y casi siempre es doloroso”. He pasado más de diez años en otros mares, sobre todo en Barcelona, en España, con actividades y responsabilidades muy diferentes a las que había llevado hasta ese momento, pensé que me había despedido definitivamente de estas tierras, donde había dejado gran parte de mi juventud. Cuando menos lo esperaba los vientos marinos me hicieron cruzar nuevamente el Atlántico y me trajeron a la Parroquia San José, en Puerto Lempira (La Moskitia), donde ya había pasado casi 10 años como párroco. No me avergüenza decir que vine con miedo, no a las personas, ni a las circunstancias que rodean mi responsabilidad como párroco, sino a mí mismo: miedo a no ser capaz de responder a las nuevas necesidades de una parroquia, que ha cambiado en estos diez últimos años, como yo he cambiado también. La fraterna y sencilla acogida de la gente ha ido disipando estos miedos y haciendo nacer la esperanza de que con la ayuda de Dios podré ser todavía útil para esta comunidad, en este rincón de la tierra.
En esta nueva etapa, tengo el deseo de estar abierto a todo, tal como lo intenté la primera vez, en esta región indígena. Partir de la base de que lo diferente no es a priori, ni mejor ni peor de lo que yo ya conozco, y he vivido en mi familia, en mi país, en mi parroquia…, en definitiva, saber apreciar al otro, con sus diferencias. Saber mirar al otro con respeto, sabiendo que el que no sea “como yo”, no es una pobreza suya, sino más bien una riqueza para mí.
Espero que el Señor me permita sumergirme nuevamente en este mar de La Moskitia, y aprender nuevamente a vivir y trabajar en él.
P. Enrique Alagarda, CM
Misionero Vicentino