Enfrentar la ausencia definitiva de un ser querido es uno de los procesos más difíciles para cualquier ser humano. Sobre todo si estamos a cientos –o quizá a miles- de kilómetros. Para empezar, nos costará mucho trabajo asimilar lo ocurrido, pues nuestro inconsciente intentará defenderse del dolor, y lo hará negándose a aceptarlo. Podemos comprender que alguien ha muerto, más una parte de nosotros no terminará de creerlo. Esta etapa se llama “negación”, y se puede prolongar cuando estamos lejos, pues no hemos constatado el fallecimiento. En estos casos ayuda mucho que varias personas en las que confiemos nos cuenten los detalles de lo ocurrido, de modo que no tengamos más remedio que aceptar el suceso como algo verdadero. A partir de este momento podremos empezar a vivir las siguientes etapas del duelo.
Una de las dificultades más grandes a enfrentar, será el sentimiento de culpa. No por la muerte en sí, sino por todo lo que haya quedado sin resolver entre quien murió y nosotros. Por las cosas que no dijimos, o incluso por el hecho de no haber estado allí para decir adiós. En esos casos vale la pena recordar que los cristianos tenemos un intermediario oportuno, y no es otro que el Señor Jesús. Así que es Él la persona indicada para escucharnos, y transmitir todo lo que no pudimos decir a esa persona antes de su muerte. Y vale la pena hacerlo, pues parte importante del proceso de duelo y sanación es sacar todos nuestros sentimientos y emociones, sin dejar que se acumulen en nuestro interior.
Por otra parte, también corremos el riesgo de padecer algo llamado “ausencia de aflicción consciente”; esto es la ausencia de dolor, o indiferencia ante lo ocurrido. Al fin y al cabo la persona fallecida no hace parte de nuestro día a día, así que en apariencia nuestra vida sigue igual. En estos casos el proceso de duelo suele aplazarse hasta que podamos volver, y enfrentar directamente la ausencia, asimilando por fin la pérdida como algo real. Ayuda mucho visitar la tumba (o el lugar donde se encuentren las cenizas), y entonces dejar fluir todos los sentimientos y emociones que afloren en nosotros.
En cualquier caso es vital contar con el apoyo de parientes, amigos, e incluso consejeros que nos acompañen a lo largo de este proceso. Y, si la situación nos supera, debemos buscar ayuda profesional. Sea como fuere, nunca hemos de perder la esperanza.
Viviana Rodríguez
Psicóloga clínica
Frankfurt am Main
Viviana32242130@gmail.com