La educación afectivo sexual no debería constituir algo especial que se inicia en un momento determinado de la vida. Educamos desde la cuna, incluso antes del nacimiento, recibimos estimulación emocional, afectiva e intelectual que formará parte de nuestra historia.
Nuestros hijos aprenderán a amar en el seno de la familia, viendo en nosotros todas aquellas características del amor: el cariño, la ternura, el respeto, el saber perder por amor al otro, el perdón… siendo capaces de recomenzar a amar siempre. También el compartir, tanto a nivel material como aquello que nos “ocurre” en la vida: nuestras experiencias, sentimientos, alegrías y tristezas, desilusiones y fracasos y además nuestra forma de hacerles frente.
Otra forma de educar es aquella “más verbal”, en la que los padres contestamos a todas las preguntas que nos hacen. Así tendremos la posibilidad de ponerle “nuestro propio sello”. Un niño debiera conocer como fue engendrado antes de los 6 años. Es algo maravilloso crear ese clima de confianza y confidencia para hablar, con ellos, de su origen que no fue otro que el Amor.
Si esta relación de confianza se ha logrado en la primera infancia, continuará también en la pubertad, hablándoles de todos los cambios que van a experimentar, cómo afrontarlos con ilusión, conociendo en profundidad qué significan y para qué les preparan.
Pero cuando los chicos/as entran de lleno en la adolescencia, donde la autoafirmación, autonomía e independencia son fundamentales, la relación y el diálogo con los padres se hace difícil. Por ello, es conveniente que se complete en los centros escolares o asociaciones juveniles, donde la formación e información será mejor recibida por ellos. Naturalmente hay que “estar alerta” y “velar por la calidad” de la formación que se les da a nuestros hijos para que esté en la misma línea que la que han recibido de nosotros.
Los padres tenemos que ser conscientes de que la educación afectivo sexual siempre se da, incluso cuando no nos hacemos responsables de ella. Si nuestra actitud es de dejación, les transmitimos un mensaje: “No es importante para tu vida, me avergüenzo de la mía, para mi es algo feo y sucio, de lo que me cuesta hablar…” ¡Y lo harán otros!, ¡No debemos dejar esta tarea en manos del azar!
En cambio, cuando la abordamos y lo vivimos con naturalidad, sin banalizar en ningún momento, dándole toda la profundidad que tiene, estamos formando personas íntegras y preparadas para saber amar y sentirse amados.
Lourdes Illán Ortega
Psicóloga. Máster Psicología clínica. Máster en Terapia sexual y de pareja.