Cuando empecé a trabajar en el hospital como sacerdote en abril de 2019, lo primero que pensé después del primer día fue: ¡Qué difícil! La verdad es que no estaba acostumbrado a ver tanto sufrimiento y dolor. Varias veces me pregunté si iba a ser capaz de continuar, ya que en más de una ocasión lloré después de haber dado el sacramento de la unción. Pero la música me ayudó a no perder la alegría, ya que a través de ella puedo orar con más fuerza. También mis colegas de la pastoral hospitalaria me apoyaron mucho y ese intercambio de experiencias fue fortaleciéndome. Además, comencé a aprender de los pacientes que a pesar de las inseguridades, dolores y dudas no dejan de sonreír. Por eso, creo que un hospital es una escuela del amor y estoy seguro de que Dios me quería ahí para hablarme por medio de esa cruda realidad.
En marzo de 2020 me contagié con el coronavirus. Esto no me tomó por sorpresa, ya que me había estado preparando psicológica y espiritualmente. Cuando me iba al hospital me repetía todos los días que si me contagiaba no tenía que perder la alegría. Y puedo decir que así sucedió. Durante la cuarentena no dejé de cantar ningún día. Incluso compuse dos canciones. Si algo aprendí fue a ser más paciente, ya que di positivo dos veces. Gracias a Dios ya me recuperé y regresé al hospital el 19 de mayo.
P.Bernardo Opazo Aravena, OSB.
Benedictino del Schottenstift en Viena, Austria.