“…trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece”
Heiko es un hombre que acaba de cumplir 60 años. Los últimos 15 los ha vivido en su condición actual de “habitante de calle”, Obdachlos en alemán.
En su juventud fue un buen músico, tocó con su propia banda en varias ciudades de Europa, e incluso alguna vez fue invitado a participar en Estados Unidos. Al relatar su vida sonríe y llora y vuelve a sonreír para terminar nuevamente en llanto. A sus problemas actuales, entre otros el hecho de casi no poder caminar debido a una polineuropatía alcohólica, se suma ahora el riesgo alto de contraer el “corona” cómo el llama al famoso COVID-19.
Como Heiko existen miles de personas en toda Alemania. Los “sin techo”, habitantes de un mundo donde existen reglas no escritas, leyes que no aparecen en ningún código pero que se cumplen inevitablemente.
Me acerco en compañía de uno de los trabajadores sociales de “Diakonie” que desde el inicio de la pandemia visitan diariamente a los habitantes de calle en Wiesbaden, llevándoles alimento, agua, vestido, sacos de dormir, y otras algunas cosas más. Anja sonríe, se muestra agradecida al recibir la bolsa con comida, ropa limpia y alimento para su perro. Pregunta si habrá por ahí un par de zapatos para ella y se alegra al recibir unos de su talla.
Un hombre de mirada sombría se acerca al carro y despectivamente rechaza el paquete con comida que se le ofrece arguyendo: “más tarde me darán algo mejor que eso…”.
Si…, en la calle no solamente hay gente agradecida cómo Heiko y Anja. Existen también otros: los fuertes, los dominantes, los jefes.
En la sala de reuniones con capacidad para 100 personas nos encontramos 20, separados el uno del otro por casi dos metros. Nos han citado con motivo de la visita de un ministro y un funcionario de la Alcaldía. Al fin llegan. Los acompañan dos sujetos vestidos de negro que parecen sacados de una película de mafiosos de Hollywood. Nos muestran las estadísticas actuales. Se expresan con mucha propiedad hasta el punto de que yo pienso lo distraído que he estado al no reconocer a estos científicos tan importantes que nos honran con su presencia. Luego de vaciar sus contenidos sobre nosotros su público de turno durante aproximadamente 30 minutos, se disculpan por no poder estar más tiempo con nosotros y de la misma manera como llegaron se marchan.
Al llegar a casa me entero del novedoso tratamiento propuesto por Trump para combatir el virus y observo la espuma brotando de la boca de Boris Johnson anunciando la pronta salida al mercado de una vacuna producida en su país.
Me tomo un café mientras leo la carta del padre José Miguel Goldaráz, un sacerdote español, misionero capuchino, que desde hace más de 40 años acompaña pastoralmente a las comunidades indígenas en la Amazonía Ecuatoriana, territorio brutalmente explotado y devastado por las petroleras multinacionales.
En algunos apartes escribe el padre José Miguel lo siguiente: “Al petróleo en bajada se añade ahora el “rush” –en inglés- del oro aluvial en los ríos Coca, Payamino, Punino y Aguarico que está en subida ($ 50 el gramo de oro). En esos lugares y ríos hay muchas comunas de la zona Coca y Aguarico y en ellas hay oro aluvial. Ahora sus tierras están siendo invadidas por buscadores y compañías de oro que se apoyan en supuestas concesiones oficiales, otorgadas por el Estado. Los comuneros, por la cuarentena del coronavirus se han retirado en bloque a sus comunas. Esos aislados territorios suyos están siendo amenazados por los buscadores del oro y tienen miedo. El personal de las empresas y buscadores de oro están armados y en su mayoría son extranjeros, dicen los comuneros.
Más del 60% no tienen vivienda adecuada ni tienen los recursos de primera necesidad: agua, luz, alcantarillado para aguas servidas. En pequeñitas casas o habitaciones viven familias enteras de hasta 10 personas: abuelos, mayores, jóvenes y niños de estudio ¿cómo van a aceptar el quédate en casa? Se puede agudizar la violencia, la promiscuidad, la enfermedad (dengue) el hambre y la sed. Otros viven literalmente en la calle: no tienen ni cobijo, ni calle, ni agua, ni jabón, ni mascarilla. ¿cómo van a cumplir la norma de: “¡lávate las manos! ¡ponte la mascarilla! ¡quédate en casa!?” ¡A algunos les mezquinan hasta la intemperie!…”
Al final del día charlo con Sarah mi hija. Agradecemos juntos a Dios por un día más de vida, hacemos una oración comemos algo y nos vamos a dormir.
Cuanto tiempo más durará la pandemia me es desconocido al momento de escribir estas notas. Espero de todo corazón aprendamos todos, como raza humana, la humanidad entera: que Dios siempre perdona, que nosotros a veces perdonamos pero que la naturaleza: nunca, nunca, nunca perdona.
Iván Benavides
Médico
Wiesbaden