Cómo es la primera vez que tengo la oportunidad de dirigirme a todos vosotros en esta publicación, me parece lo más oportuno comenzar presentándome. Soy misionero de la Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl, nacido en Valencia, en el seno de una familia campesina y muy numerosa; aunque desde hace unos años resido en Barcelona. La mayor parte de mi trabajo pastoral lo he realizado en América, casi 20 años por aquellas queridas tierras (dos años en Brasil y el resto en Honduras). Me gustaría en este breve artículo compartir con vosotros una de mis experiencias, como extranjero, en aquellas tierras.
El lugar donde más tiempo pasé en Honduras fue el área indígena de La Moskitia, habitada principalmente por el pueblo indígena miskito. El primer reto fue aprender su lengua, ya que, aunque muchos de ellos podían entender y expresarse en castellano, la lengua común y la que todos dominaban con naturalidad, era su lengua materna: el miskito. El misionero que me recibió en esas tierras, que había pasado más de 30 años entre estas gentes, me dijo una frase que me quedó grabada para siempre, y que yo me he repetido a mí mismo infinidad de veces, y que también le he repetido a otros misioneros que llegaron después de mí: “El extranjero nunca dice lo que quiere, sólo lo que puede”.
¡Qué razón tenía este anciano misionero! Yo lo experimenté en muchas ocasiones cuando trataba de transmitir mi experiencia de fe, mis conocimientos de filosofía y teología (adquiridos tras largos años de estudios), o bien para un simple diálogo informal… que gran limitación impone una lengua que no es la materna. Más limitación todavía, si cabe, para un misionero, cuyo principal instrumento es su palabra. Sólo por la gracia de Dios puede uno confiar que su tarea, y su palabra, sometida a estas limitaciones, tendrá algún fruto.
P. Enrique Alagarda, CM
Misionero