El día 5 de julio de 2024 falleció en Oviedo Alberto Torga y Llamedo, sacerdote asturiano, a los 91 años de edad. Había nacido en Vegadali, Asturias, el día 11.01. 1933.

Sacerdote desde 1956, pasó sus primeros años en parroquias de la diócesis de Oviedo. Muy activo y comprometido con los feligreses destacó por su implicación activa en la llamada “huelgona” de los mineros, en el año 1962. Buscar y exigir justicia y libertad ha sido la reivindicación vital de Alberto. A todos urgía, en la iglesia y en la sociedad, con finura y con firmeza, a cumplir las obligaciones que exigía el cargo que ocupaban. Desde el principio de su trabajo sacerdotal demostró que, en la iglesia y en la sociedad, sería uno de los curas que están a las duras y a las maduras. Como castigo por su defensa de las reivindicaciones mineras fue enviado por la autoridad eclesiástica a un lugar sin problemas ni conflictos y con poca gente y poco trabajo. Alberto aprovechó el tiempo libre para ponerse al día de las ideas, posturas y corrientes teológicas que se preparaban y se proponían para la celebración del Concilio Vaticano II.

Convencido por un sacerdote amigo de la necesidad y urgencia de atender a los emigrantes españoles en Europa se fue en 1966 a Holanda, donde trabajó 9 años como capellán. Alejado de los mineros, ahora se movería con los obreros emigrantes. El mundo obrero-emigrante sería en adelante el mundo de Alberto.

Los capellanes de emigrantes en Europa se reunían con frecuencia, para reflexionar sobre su trabajo y cómo optimar las medidas de atención pastoral y humana a la vida dura de los emigrantes en la Europa de los años 60 y 70.
En un encuentro de Alberto con el entonces Delegado Nacional de las Misiones Católicas Españolas en Alemania, Msr. José Sánchez, hoy obispo emérito de Guadalajara, le propuso a Alberto ir a trabajar a la Misión de Núremberg y atender también el Movimiento HOAC que estaba muy activo y arraigado en esa ciudad.

La Misión de Núremberg estaba muy bien organizada y contaba con la presencia de Hermanas del Ángel de la Guarda que además de dar catequesis y visitar familias, atendían una guardería para hijos de emigrantes y daban clase complementaria de español a los niños españoles que frecuentaban la escuela alemana. A partir del año 1975, la atención y dedicación religiosa, social y cultural al mundo obrero emigrante en Núremberg llenaría, durante 32 años, la vida y la obra de Alberto. Ha sido para muchos el padre, el maestro y el amigo. El diálogo era su marca personal. Su persona transmitía serenidad y confianza. Firme en sus convicciones, respetaba a todos y se consideraba uno con todos. Esta forma de trabajo, hizo que creciera el número de personas que asistían y cooperaban con la misión y sus grupos. La Misión de Núremberg era un testimonio vivo de caminar juntos, de hacer iglesia juntos, de sinodalidad. Se daba mucha importancia y se cultivaba eficazmente la formación humana integral de las personas. Muchos cristianos eran miembros activos y comprometidos en la sociedad y en la iglesia. La misión cooperaba, en plan de igualdad, con todos los grupos que existían en la ciudad, en la zona y a nivel nacional y que trataban de promocionar la calidad de vida del emigrante. Alberto creía en Dios y en el hombre. Amaba a Dios y a las personas. Confiaba en Dios y en los demás.

Alberto ha sido, también, la pluma de las Misiones católicas en Alemania. Escribir era su pasión. Escribía sobre todos los temas relevantes y candentes que incidieran en la vida del emigrante. Reivindicar con datos reales, con noticias contrastadas, con argumentos razonados, clarificar noticias aparecidas que a él le parecían falsas o incompletas era su tarea, obligado por su conciencia. Su obra” cuarenta años de historia (1961-2001) de la Misión Católica de Lengua Española de Nürnberg” ofrece, además de la historia de esa misión, datos y hechos relevantes de la historia de la emigración española en Alemania. Alberto no se cansó de hacer el bien. En el año 2007 volvió como sacerdote jubilado a su casa natal de Vegadali. Desde ahí colaboró asiduamente en las parroquias donde hacía falta su actuación sacerdotal, no importaba a qué distancia, hasta que, a la edad de 90 años, su cuerpo le dijo basta. Alberto: gracias por tu vida entregada, gracias por tu obra realizada, gracias por tu amistad.

Quien ha vivido como tú la vida, quien ha cumplido siempre su deber, quien continuamente ha dado lo mejor de sí, ese, ni en la misma muerte muere.
Morir es descansar en la infinita misericordia de Dios (H. Küng).
Monseñor José Antonio Arzoz
Exdelegado Nacional






